martes, 22 de marzo de 2011

Tiempo al tiempo


Todos los recuerdos que tengo de mi infancia que, de alguna manera, están relacionados con los ancianos, también tienen que ver con la ira, y, en ocasiones, con la violencia.

No sé si sería cosa del ambiente, de la medicación, o de algún producto que le echasen al agua (o, simplemente, por coincidencia geográfica), pero los ancianos de mi barrio, como mínimo, podían gritar a un niño durante hasta quince minutos seguidos, y sin haber hecho éste nada para merecerlo. Y ya no os digo nada si el infante en cuestión pisaba el césped, jugaba al fútbol, corría de un lado a otro o, simplemente, saludaba.

¿Por qué esa acritud hacia los seres más jóvenes? ¿Quizás por algún resentimiento propio de la edad? ¿Que, con el paso de los años, montar en cólera es la única afición que sale a cuenta? ¿O, sencillamente,  se trata una visceral envidia al contemplar sus jóvenes cuerpos y su felicidad desbordante?

El caso es que, cuando murió el señor Ramón, uno de los ancianos que trató de amargar mi infancia, lo único que pude pensar cuando estuve ante su esquela fue “en fin, viejo, fuiste un rival digno”, pero, a día de hoy incluso le echo un poco de menos. Ains… ¡Añorada infancia!

1 comentario:

  1. Es difícil llegar a viejo. Los tiempos pasan cada vez más rápido. Tiene mucho camino recorrido, pero no hay que confundir que la experiencia no se basa es cuanto se halla recorrido, sino las vivencias que deseamos compartir.
    Un saludo.

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