martes, 26 de julio de 2016

Cada uno en su lugar


El tiempo avanza cada vez más rápido, como si describiera una especie de parábola que tiende a infinito, y no te das ni cuenta hasta que un día te da por mirar atrás y ver todo lo que ha pasado. Sientes que te has perdido todas esas cosas, solo porque ya no están ahí, contigo, y no puedes percibirlas como lo hacías, sino que se convierten en vagas sinestesias gustativas de tono amargo o dulce.

Es difícil disfrutar de un instante congelado que se pierde más allá de los pasos que has dado, pero es que los recuerdos no sirven para eso. Los recuerdos son, al fin y al cabo, experiencias sensoriales, la verdadera fuente de nuestro aprendizaje, y los necesitamos con auténtica desesperación para poder ser quienes somos. Son arquitecturas dignas de Oscar Niemeyer, componiendo formas caprichosas y con cierto tono impersonal, pero enfocadas a un propósito concreto. Esto es algo que he dicho unas cuantas veces, y es que todo lo que hacemos sirve para algo, aunque ese "algo" no sea lo que habíamos previsto en un principio.

Todo suma.

Cada persona tiene sus propios vínculos con el resto del mundo, pero no se mantienen porque sí. Hace falta una serie de pautas, porque no somos simples ubicaciones de GPS. No estamos fijos en una latitud y una longitud concreta para siempre; y si llevas la cuenta, impones tu ego constantemente o sometes el vínculo a tus condiciones, es más que probable que esa luz se extinga para siempre de tu mapa, y con el paso del tiempo solo se convierta en otro recuerdo congelado en el pasado, de esos que a veces miras con nostalgia preguntándote en qué momento apareció todo ese tiempo que os separa.

Así que coge tus recuerdos y observa hacia dónde apuntan, pregúntate qué clase de persona quieres llegar a ser, y procura que tus decisiones en adelante graviten en torno a ese objetivo; porque cuando los años pasen, y una versión más vieja y machacada de ti mire atrás, podrá sonreir y decidir que ha merecido la pena.