jueves, 15 de noviembre de 2012

Brian May


Brian May es uno de los músicos más fascinantes que he escuchado desde que tengo orejas (que es desde que me conozco). Por desgracia, cuando su carrera estaba llegando a lo más alto, se convirtió en una de las más célebres víctimas de una interesante enfermedad: el síndrome de anda-coño-pero-si-estabas-ahí.

Por un curioso axioma, la mayoría de la gente (que no toda) que escucha, ve, o simplemente imagina a Queen, acaba centrándose en Freddie Mercury, aquel entrañable zanzibareño de voz prodigiosa, nombre impronunciable y carisma aplastante. De todas formas, no es algo que pueda servir como reproche. La forma de cantar del malogrado frontman no solo llegaba a impregnar cada segundo de sus temas, sino que la música de la banda estaba muchas veces encaminada a potenciar este hecho. 

Esto convierte al protagonista de esta entrada en un llamativo caso de guitarrista cuyo talento era directamente proporcional a lo desaprovechado que estaba. Quizás no sea el único, pero sí que es uno de los que a más niveles combinaba estos dos factores. De hecho, su escasez de momentos para lucirse a la guitarra no le ha impedido convertirse en uno de los guitarristas mejor valorados de la historia del rock.

He aquí algunas razones de ello:

- La primera es obvia: Brian May era, junto con Mercury, el cerebro de la banda. Juntos compusieron casi todos sus éxitos, y, mientras el segundo ponía su talento vocal, el primero llegó a poner guitarra, teclas y hasta su propia voz. Freddie aportó todo tipo de influencias (de rockabilly a música disco), pero May, con su sonido armónico, colocó al grupo en la órbita del heavy metal.

- Él mismo fabricó su guitarra. Antes de su fama, May no tenía dinero para costearse una guitarra en condiciones, así que pidió ayuda a su padre, y, sirviéndose de restos de muebles, recambios de motocicleta, los restos de una vieja chimenea, las pocas herramientas que pudo encontrar y toneladas de paciencia, solventó su problema. El resultado: la "Red Special", un modelo único que, lejos de la chapuza que cabría esperar en otros casos (como el mío), se convirtió en una de sus imágenes de marca, además de un modelo a imitar por diversos luthiers y casas musicales.

- Su púa era una moneda de seis peniques. Con ella, decía, conseguía un sonido más puro y metálico, de modo que decidió utilizarla en toda su carrera con Queen. Incluso en los directos.

- Sus alardes musicales escasean. Otros "guitar heroes", como Page o Hendrix, exponían su talento de forma constante. Brian May no. Él es como los grandes magos. Esconde sus trucos, deja que otros instrumentos envuelvan sus cartas. En algunas canciones casi ni se le oye. Pero luego aparece, obrando el prestigio ante tus ojos, de una forma en la que nadie más puede conseguirlo, empapando la música con su aplastante personalidad y consiguiendo un estilo único, y luego solo puedes seguir mendigando algunas notas con la esperanza de percibir un poco más de magia.

- Por último: May siempre quiso tener una segunda opción, por si no podía seguir en la música, así que optó por la salida más sencilla. Se doctoró en astrofísica.

Así que la próxima vez que escuches a Queen, busca con tus oídos los suaves rasgueos de una moneda de seis peniques. Como dijo el zorro, "lo esencial es invisible para los ojos".

viernes, 2 de noviembre de 2012

De rama en rama


Hay momentos que te marcan de por vida. Es un hecho innegable.

En 1932, sale al público, de la mano de la entonces todopoderosa MGM, "Tarzán de los monos", con el famoso nadador estadounidense (aunque de raíces austriacas) Johnny Weissmüller en el papel principal. El campeón y recordman olímpico se gustó en el papel de Tarzán, y no solo eso, sino que también caló en el público. Acabó protagonizando una docena de películas sobre el rey de los monos, además de convirtiéndose en su intérprete más famoso.

En los últimos momentos de su vida, el deportista y actor deambuló por los pasillos de un psiquiátrico, con la salud destrozada y arrastrando una potente demencia, pues su personaje más célebre acabó por poseerlo. El antaño rey de la selva, convencido de seguir siéndolo, se dedicaba a aterrorizar al personal de la institución mental, profiriendo una y otra vez su famoso grito en forma de gemidos agónicos.

Un simple hito marca la diferencia entre el ascenso y la caída, y, mientras rodamos cuesta abajo, no dejamos de preguntarnos si podríamos hacer algo que pusiera fin al descenso, que nos devolviese de nuevo a esa cumbre que ya nunca alcanzaremos.

Hay momentos que te marcan de por vida.