miércoles, 26 de febrero de 2014

Muere Paco de Lucía


No sé muy bien dónde oí una vez que en algunas culturas de África existe un curioso tipo de iconoclastia: Para ellos, las fotografías no solo son la captura de una imagen, sino también una especie de cárcel diabólica que encierra el alma de la persona retratada. De ser cierta la procedencia de este mito, no me resulta difícil imaginar a grupos enteros de gente que lucha por evitar dejar en el mundo ese rastro concreto de sí mismos, y mueren sin que nadie más ajeno a ellos pueda ver jamás su rostro. Y aunque día a día mueren personas a las que nunca podremos ver, si lo piensas no deja de ser inquietante.

Quizás para llevar un poco la contraria a esa idea he escogido esta imagen para ilustrar el artículo. Paco de Lucía, ligeramente al margen, tocando en calma mientras contempla a John McLaughlin (al centro) y Al Di Meola (a la izquierda). Hace ya un tiempo que me regalaron Friday Night in San Francisco, un disco que en su momento no era capaz de escuchar por mucho rato antes de cansarme y poner otra cosa. Había oído hablar de Paco de Lucía como uno de los mejores guitarristas del panorama, pero no creía que yo lo pudiese disfrutar.

Tuvo que pasar un par de años desde aquel regalo para que volviera a escuchar algo más de él. Esta vez estaba a punto de terminar bachillerato. Un día de principios de Junio me levanté unas cuantas horas antes para dar un repaso in extremis a Latín, asignatura que me llevaba por el camino de la amargura. Tras un par de horas peleándome con las campañas militares de Julio Cesar en las Galias, decidí tomarme un descanso y poner la televisión, aunque solo fuera por no cagarme en voz alta en todos los muertos de aquel cabronazo y despertar a todo el edificio.

Casi no me dio tiempo ni a cambiar de canal.

En La 2, sobre un deslavazado escenario y con algo de público, Paco de Lucía, sentado y con una pierna cruzada sobre la otra, tocaba con una tranquilidad digna del Eric Clapton más adormilado una canción que no me era desconocida. Ya había escuchado muchos fragmentos sueltos en un montón de sitios, sin llegar nunca ni a escucharla entera ni a encontrarme con su nombre. Creo que la escuché casi sin respirar, conteniendo el aliento con cada nota con una sensación de tranquilidad muy impropia del examen que se avecinaba. No sé cómo tardé tanto en conocer "Entre dos aguas".

A partir de ese momento, Friday Night in San Francisco tomó un nuevo significado para mí. Podía escuchar el álbum una y otra vez bajo una nueva luz, e incluso preguntándome cómo podía haber sido capaz de pasarlo por alto durante tanto tiempo. Esa misma madrugada volví a la habitación, me puse los cascos y escuché el disco del tirón. Luego entré en YouTube y busqué "Entre dos aguas" otra vez, pensando en poner una vez más ese tema en contraste, pero el despertador sonó antes de que llegara a pasar un minuto.

Sin contar con ese disco y esa canción, jamás volví a escuchar nada más de Paco de Lucía. Ahora que llega hasta nosotros la noticia de su muerte a causa de un infarto, a la edad de 66 años, me pregunto si con eso me bastaba, y eso me lleva una vez más a la idea del alma capturada una foto.

Tal vez esos mitos no sean más que una forma de decir que parte de lo que somos es un reflejo de lo que mostramos al exterior, que hay que escoger bien cómo queremos que se nos recuerde, para lo que no hay más que una solución: hacer lo que deseamos hacer, y no dejar que cualquier turista con una cámara atrape nuestra alma en un fotograma y la convierta en una eterna imagen congelada de algo que no nos define. Por eso es una gran suerte que un virtuoso como Paco de Lucía, por su propia cuenta, haya desperdigado tanto de su alma en forma de música, algo a lo que siempre podremos recurrir sin importar el tiempo que pase.

Nunca me había compensado tanto suspender un examen.

sábado, 15 de febrero de 2014

Soy demasiado viejo para esta mierda

Danny Glover segundos antes de saber que le van a joder el momento All-Bran...


 


A veces me planteo cuándo sabes cuál es el momento adecuado para dejar de salir de fiesta como si acabases de cumplir dieciocho años y tus padres te hubieran quitado la hora de vuelta a casa. La respuesta es clara: Ni puta idea.

Es triste, pero a todos nos cuesta reconocer que algún aspecto de nuestra vida se ha terminado. Me recuerda a cuando tenía dieciséis años y no pensaba que existiera nada que no fuera Metallica, Megadeth, Iron Maiden o Motörhead. Era feliz así, un pobre iluso, un heavy de topicazo... hasta que un día me descubrí a mí mismo escuchando a Bob Marley y los Wailers de camino a clase, y el Ok Computer de Radiohead de vuelta a casa. Saqué el mp3 del bolsillo y repasé la lista de reproducción, para darme cuenta de que un solitario Master of Reality de Black Sabbath era el único vestigio de heavy metal que quedaba allí en ese momento. "¡Por el amor de Ronnie James Dio! ¡He cometido un terrible error! ¡No soy heavy! Bueno... al menos no del todo..."

La cuestión es simple: ¿En qué momento dejamos de ser simpáticos jóvenes borrachines pasando un buen rato y nos convertimos en asquerosos borrachuzos anclados en el pasado? Bien podría ser en el momento en el que sales con tus amigos y no bebes, por lo de la vergüenza ajena que te da verlos en un estado del que no te percatas otras veces porque vas igual que ellos. Bien podría ser por la propia vergüenza que sientes al día siguiente al recordar en una nebulosa las cosas que has hecho, o que te han hecho. Bien podría ser por el estómago hecho polvo, la boca pastosa y la botella de agua al lado de la cama, por el momento en el que, a pesar de que aún lo eres, no te sientes nada joven.

Pero me temo que es ahí donde está la clave: El momento en el que empiezas a dejar algo es cuando te planteas si merece la pena.
 
En fin, soy demasiado viejo para esta mierda...

sábado, 8 de febrero de 2014

Adiós, Philip Seymour Hoffman


Llevaba días queriendo hablar de esto, pero no sabía muy bien cómo.

El pasado 2 de Febrero, mientras muchos medios españoles seguían haciéndose eco del triste fallecimiento de Luis Aragonés, a miles de kilómetros de distancia tenía lugar otra muerte. El cuerpo de Philip Seymour Hoffman era encontrado sin vida en su apartamento de Nueva York.

Al principio me costó dar la noticia por buena, y creo que no era el único. No solo porque se tratase de uno de mis intérpretes favoritos, sino también porque en muchos lugares se daba el anuncio siempre acompañado de la coletilla "según el Wall Street Journal", como si no fuera para ellos una fuente demasiado confiable. El caso es que, existieran dudas o no, la noticia se acabó confirmando, y otra tesis empezó a ganar cuerpo. Sobredosis de heroína.

El actor, limpio durante años, al parecer sufrió una recaída que lo llevó a tratar de rehabilitarse de nuevo, cosa que desgraciadamente no pudo lograr. Varios telediarios se aferraban a esa posible causa para dirigir su discurso en otra dirección: En Antena 3 mismo se preguntaban si era posible que la heroina volviera a ponerse de moda, y por si eso fuera poco, quisieron destacar que era una sustancia actualmente barata y abundante en relación a otras drogas. Solo les faltó colar un cebo con los primeros minutos de Trainspotting.

Es triste ver que el morbo gana terreno a la información en los medios de comunicación, aunque no sorprendente. Nadie da las noticias desnudas. Al partidismo que lleva a los presentadores, por ejemplo, a monopolizar el uso de la violencia en el lado de los asistentes a una manifestación y a obviar la propia violencia policial, se une también la batalla por las audiencias. Los telediarios ya no son telediarios, son otra cosa.

Dicho esto, solo me queda añadir una cosa después de tantas horas de entretenimiento en, por ejemplo, Boogie Nights, La última noche, Capote o Antes que el diablo sepa que has muerto.

Gracias y hasta siempre.

domingo, 2 de febrero de 2014

Lo clásico VS. Lo moderno


No soporto a Hayden Christensen.

Esa es la primera respuesta que se me ocurre cada vez que me pregunto qué es mejor, si la novedad o lo clásico. Y no tengo verdaderos motivos para odiarlo. La verdad, no creo que sea un actor particularmente malo (ni particularmente bueno).

De hecho, creo que tiene más que ver con “El retorno del Jedi”, película en la que en un principio ni siquiera aparecía. En medio de una fiebre revitalizadora de la franquicia, George Lucas tuvo en algún momento la brillante idea de retocar la trilogía original, por aquello de "adecuarla a los nuevos tiempos" y evitar que la nueva generación de espectadores se preguntase qué pinta ahí Sebastian Shaw. ¿Y cuál es el resultado? La celebración final de la victoria sobre el Imperio, y la huella indeleble del fantasmal rostro de Hayden Christensen observando desde la lejanía, en pie por los siglos de los siglos hasta el fin de las reposiciones, junto a un sonriente Sir Alec Guinness y a la marioneta de attrezzo que encarnaba al Maestro Yoda. Mientras tanto, Mark Hamill se percata de su presencia, y se pregunta quién coño es el rubito con cara de gilipollas que está junto a sus maestros Jedi, porque no hay que olvidar que lo que vio Luke tras quitar la máscara a Darth Vader después de que dijera lo de “quiero verte con mis propios ojos”, fue a David Prowse… cuya cara ni siquiera salió en la película. Es más, ni siquiera era su voz. El magnífico doblaje de James Earl Jones y el rostro hecho polvo de Sebastian Shaw sirvieron para terminar de sepultar lo único que quedaba del auténtico Anakin Skywalker en la trilogía original, convirtiéndolo en un simple tío enorme dentro de un traje negro. Una voz que nunca se escuchó. Un rostro que jamás llegó a aparecer en pantalla.

¿Y qué diría el resto del mundo? ¿Lo nuevo siempre es mejor?

Si os digo la verdad, yo… no soporto a Hayden Christensen.