sábado, 15 de febrero de 2014

Soy demasiado viejo para esta mierda

Danny Glover segundos antes de saber que le van a joder el momento All-Bran...


 


A veces me planteo cuándo sabes cuál es el momento adecuado para dejar de salir de fiesta como si acabases de cumplir dieciocho años y tus padres te hubieran quitado la hora de vuelta a casa. La respuesta es clara: Ni puta idea.

Es triste, pero a todos nos cuesta reconocer que algún aspecto de nuestra vida se ha terminado. Me recuerda a cuando tenía dieciséis años y no pensaba que existiera nada que no fuera Metallica, Megadeth, Iron Maiden o Motörhead. Era feliz así, un pobre iluso, un heavy de topicazo... hasta que un día me descubrí a mí mismo escuchando a Bob Marley y los Wailers de camino a clase, y el Ok Computer de Radiohead de vuelta a casa. Saqué el mp3 del bolsillo y repasé la lista de reproducción, para darme cuenta de que un solitario Master of Reality de Black Sabbath era el único vestigio de heavy metal que quedaba allí en ese momento. "¡Por el amor de Ronnie James Dio! ¡He cometido un terrible error! ¡No soy heavy! Bueno... al menos no del todo..."

La cuestión es simple: ¿En qué momento dejamos de ser simpáticos jóvenes borrachines pasando un buen rato y nos convertimos en asquerosos borrachuzos anclados en el pasado? Bien podría ser en el momento en el que sales con tus amigos y no bebes, por lo de la vergüenza ajena que te da verlos en un estado del que no te percatas otras veces porque vas igual que ellos. Bien podría ser por la propia vergüenza que sientes al día siguiente al recordar en una nebulosa las cosas que has hecho, o que te han hecho. Bien podría ser por el estómago hecho polvo, la boca pastosa y la botella de agua al lado de la cama, por el momento en el que, a pesar de que aún lo eres, no te sientes nada joven.

Pero me temo que es ahí donde está la clave: El momento en el que empiezas a dejar algo es cuando te planteas si merece la pena.
 
En fin, soy demasiado viejo para esta mierda...

1 comentario:

  1. También yo me pregunto en qué momento dejó de emocionarme el rock kalimotxero y cuándo dejó de merecerme la pena machacarme el hígado con garrafón, a cambio de un buen (o mal) pedo.

    Que nos hacemos mayores, hay que asumirlo. ;)

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