domingo, 26 de abril de 2015

Benvenuti al Gran Galà


Ilustro la entrada con la foto que ha subido el propio grupo a Facebook, porque si tengo que poner la foto que hice yo con el móvil, vamos apañados...

Ayer Valladolid estuvo cerca de Venecia por un rato, más allá de coincidencias tontas como que ambas empiecen por "v", o que La Leyenda del Pisuerga tenga algo que ver con una góndola. El caso es que Talco, los nuevos machos alfa del panorama ska, tocaban en LAVA, recinto que forma parte del conjunto de edificios que remplazan en ubicación a un antiguo matadero.

Un poco premonitorio ese dato.

La verdad, ya vi a Talco en el pasado Viña Rock (que alguien me recuerde hacer una entrada sobre eso, que ya va tocando), y pese a no ser en principio una prioridad para mí en ese festival, fue probablemente el mejor concierto de la edición. Mis amigos ya habían marcado en el calendario la fecha del siguiente bolo, y yo al final me decidí a ir también, más que nada por saber si en un espacio cerrado la intensidad sería la misma.

Nos plantamos a la puerta una hora después de la que ponía en la entrada, justo cuando Seiskafés acababan de terminar su actuación, con el estómago lleno del alcohol que no pensábamos comprar dentro ni locos (y tampoco habríamos podido). Cocidos como piojos, nos colocamos en fila, con la mirada clavada en la cantidad de gente que se veía al otro lado, pero antes de poner un pie dentro un gorila nos salió al paso. "Levante los brazos", cacheo incómodo y para dentro con la entradita de la mano.

Una vez dentro, tuve clara una cosa. Yo no había ido allí a escuchar a Talco en directo, sino a verlos. Gesticulé como habría hecho Leónidas a sus espartanos y sorteamos todo lo que se puso a nuestro paso hasta llegar a unos escasos dos metros del escenario, casi al tiempo que empezaba a sonar, a modo de intro, el inicio de Piratas del Caribe: El Cofre del Hombre Muerto.

Y entonces se abrieron las puertas del infierno.

No me dio tiempo ni a enterarme de la primera canción que tocaron. Creo que fue la propia Gran Galà, pero no estoy seguro, porque bastante tenía con acompasarme al monumental pogo que se acababa de montar. Al cabo de un par de minutos, ya estaba empapado en sudor y completamente rodeado de desconocidos.

Tardé al menos otro par de canciones en hacerme con el control de la situación, y cuando digo "situación", quiero decir mi propio cuerpo. Con Ancora y Danza dell'autumno rosa ya me movía frente al escenario como si nunca hubiera hecho otra cosa. La camiseta en la mano, chorreando sudor y cantando a todo lo que me daba la garganta. De hecho, Ancora fue el tema que más pude disfrutar, porque era el punto exacto en el que ya me había aclimatado al pogo y todavía me quedaban energías para seguir.

Con el homenaje al St Pauli encontré a uno de mis amigos y empezamos a gritar "Pucela" en vez de "St Pauli", aunque poca gente nos seguía, porque estaban todos o bien asfixiados o bien a su bola. En un levísimo momento de descanso pude ver que Dema, el vocalista, llevaba una camiseta del Babalá, un bar del centro (totalmente recomendable, por cierto), y supuse que el camarero se la habría regalado para que le hiciera un poco de publi, pero no me dio tiempo ni a reirme, porque llegaba Bella Ciao y todo el mundo se volvió loco. Ya había perdido otra vez a mi amigo, pero me encontré a otro, y estuvimos gritando un rato hasta que se abrió un círculo y lo perdí en la refriega, pero no pasaba nada, porque apareció otro amigo más y me pidió que le ayudase a no morir mientras se ataba un playero.

A aquellas alturas, el concierto del Viña había quedado en uno de Perales en comparación, y empecé a comprobar un hecho desagradable pero que me acabó dando igual: con tanta gente sin camiseta (y me incluyo), parecíamos réplicas del sordo engrasado de Padre de Familia, resbalando unos contra otros como cochinillos recubiertos de aceite y empapándonos de sudor ajeno.

Con L'era del contrario hicieron lo que al parecer hacen siempre, que es obligar a la gente a agacharse. No sé si lo explicarán en italiano o qué, la verdad, así que desde el desconocimiento se me ocurre que a lo mejor lo hacen para que la gente descanse un poquito de tanto hacer el animal, porque allí la peña se caía por todos los lados, unos salían que parecía que fuesen a morir al exterior como elefantes viejos, otros que daba la impresión de que no llegaban al baño... ese era el panorama.

Perdí la noción del tiempo (además de a mis amigos otra vez), y ya solo iba de canción en canción, dejándome llevar y pensando "solo una más". Poco recuerdo del orden en que sonaron. Sé que salió La mano de Dios en un momento dado y que casi me peta el corazón, que con Tarantella dell'ultimo bandito casi me cargo a alguien con un codazo involuntario (más que nada porque me estaba resbalando), que L'odore della morte fue una cruel ironía, y que con La Roda de la Fortuna suspiré porque ya no quedaba mucho más, aunque no sé si de alegría o de pena.

Al instante sonó La Torre, y saqué fuerzas de donde no había para volverme loco una vez más, aprovechando que por fin había encontrado a todos mis amigos, cada uno con su camiseta empapada en sudor de la mano. De hecho, cuando empecé a cantar, había uno a mi lado que me miró como si me hubiese vuelto loco, en plan "¿pero todavía quieres más?".

Lo que fue indudable en aquel infierno de sudor y extremidades asesinas es que Talco saben cómo sacar todo el jugo a su público, y que es posible que ofrezcan uno de los mejores directos del panorama musical. 

Otra de sus tradiciones cumplidas fue la de despedirse con Zu atrapatu arte, versión de Kortatu con la que nos indicaban que la tortura había terminado, y antes de que nos diéramos cuenta ya estábamos todos fuera, juntos, descamisados bajo la lluvia, jadeantes y felices de haber sobrevivido. No sé ni cómo me aguantaron las piernas hasta el coche, ni cómo puedo estar tan entero después de semejante palizón.

Lo que sé es que no me arrepiento.

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