jueves, 2 de octubre de 2014

Un relato de fantasía épica

Esta vez me voy a salir de la temática más habitual del blog (la música, aunque también hablaré de eso en otra ocasión. De la temática más habitual del blog, quiero decir...) para mostraros el relato que escribí para un reto del foro de Fantasía Épica que, casualidad o no, consistía en escribir un relato de fantasía épica. El resultado (que por cierto, quedó entre los tres finalistas) es el siguiente:

Héroes S.A.

—¡Veo un pueblo! ¡Veo un pueblo!
Sim señalaba el final del camino con sus diminutas manos, dando rápidos saltitos y levantando una nube de polvo y arena a su alrededor. Yaren, por su parte, se limitaba a contemplar en silencio la explosión de alegría del gnomo, aunque no pudo evitar que un suspiro de alivio atravesara su garganta.
—¿Es ese, Yaren? ¿Es ese?
Todavía sin hablar, el humano se pasó una mano por el pelo. Antes de responder, echó un vistazo al paisaje y detuvo sus ojos sobre la espigada torre que se perfilaba sobre el resto de los edificios.
—Sí. Wizard’s Valley —carraspeó. Llevaba demasiado tiempo con la boca cerrada—. Esa es la Torre de Hechicería.
Apenas le había contado gran cosa al pequeño gnomo. Tal vez algún detalle suelto durante las horas de reposo en torno a la hoguera. Sin embargo, la sola mención de aquel lugar hacía que los ojos de su compañero brillasen como si estuvieran a punto de desprender chispas. Una exclamación admirada brotó de su boca repleta de dientes afilados.
—Un pueblo de magos. Nunca habría imaginado un sitio así…
—No solo hay magos —explicó Yaren—. Algunos guerreros vienen aquí para alejarse de los campos de batalla, o en busca de aventuras más emocionantes. Hay cazadores de dragones, ladrones de tesoros…
El joven viajero calló, recordando su primera visita a aquel lugar cuando aún era un niño. Los ancianos se sentaban a la puerta de sus casas para tomar el fresco y comentar los últimos conjuros del Gran Maestro de la Torre, o los detalles más truculentos de la batalla contra el último nigromante al que arrojaron al pilón.
Entonces Sim hizo la pregunta que Yaren deseaba no tener que responder.
—¿Y crees que querrán ayudarnos?
Silencio.
—Yaren…
Con extrema lentitud, sus ojos se apartaron de Wizard’s Valley para encontrarse con los del gnomo.
—No tenemos otra opción.

* * * *

Eve alternaba sus severas pupilas de un chico a otro mientras les daba las instrucciones.
—Sus flores tienen cuatro pétalos amarillos, muy fáciles de reconocer…
Timmy asentía en silencio y lanzaba a Lily furtivas miradas de reojo. Mientras Ed y él recibían sus órdenes, la chica tomaba notas en un pergamino.
«Cada día es más bonita», se dijo en silencio.
—… Las encontraréis en un valle al otro lado del arroyo, justo detrás del Bosque Tenebroso. Es un camino largo, pero tranquilo…
«Y en realidad no es mi hermana. A Ed y a mí nos acogió Archie, pero no somos sus hijos, y ella sí…»
—… Al salir del pueblo, tomad el sendero del Oeste, sin adentraros en el Bosque Tenebroso…
«Pero nos hemos criado como hermanos. Seguro que ella no me vería nunca de otra forma… aunque no pasa nada por intentarlo…»
—Al llegar al río, seguid al norte hasta el puente de piedra, pero sin meteros en el Bosque Tenebroso…
«Podría ir a la panadería y comprar pasteles. A Lily le encantan. Y podría invitarla a merendar en la colina…»
—… Cruzad el puente y caminad hacia el Este hasta llegar al arroyo. Eso sí, ni se os ocurra entrar en el Bosque Tenebroso…
«Allí podríamos ver el atardecer… aunque ahora que lo pienso, si llevo dulces no me hará ni caso…»
—… En resumen: no entréis en el Bosque Tenebroso. Rodeadlo, no lo crucéis. ¿Me habéis entendido?
—Sí, mamá —respondieron Ed y Timmy al unísono.
—Pues en marcha.
Mientras enfilaban el camino, Timmy seguía pensando en Lily. Antes no se le habría ocurrido hacerlo, pero ese verano había empezado a verla de otro modo. La miraba en silencio durante el desayuno, cuando iban de aventura, y mientras tomaba notas con Eve. Se ponía rojo cada vez que le dirigía la palabra, y nunca sabía qué decir cuando hablaba con ella.
—Timmy, ¿estás bien?
—¿Eh? —El chico se volvió hacia Ed, alzando las cejas como si hubiera olvidado que estaba allí—. Sí, tranquilo…
El enano se mesó la barba con aire pensativo. Ese gesto siempre le hacía parecer mayor de lo que era. En realidad apenas rozaba los quince años y el metro veinte.
—Te noto callado…
—Ya, bueno… —El chico empezó a sentir el ardor de la sangre en sus mejillas, así que, tras menear la cabeza con energía, carraspeó y dijo—. Por cierto, ¿Eve nos dijo que cruzásemos el Bosque Tenebroso o que lo evitásemos?
—Que lo evitásemos.
—Eso suponía… pero se me ocurre algo —añadió mientras dejaban atrás el pueblo—. ¿Y si lo cruzamos?
Ed se detuvo de golpe, y Timmy cayó en la cuenta de que ya estaban junto al desvío al Oeste. A su izquierda, el camino serpenteaba entre dos verdosos y floridos mares de hierba; mientras que las primeras ramas retorcidas del bosque se cernían sobre el sendero frente a ellos.
—Ni hablar, ya has oído a mamá. ¿Quieres que nos eche la bronca?
—Piénsalo, Ed. Todo el mundo esperaría que fuésemos por el camino del Oeste. Si quisieran tendernos una emboscada, sería el sitio perfecto. Pero nadie se esperaría que cruzásemos el Bosque Tenebroso, así que a la fuerza tiene que ser el camino más seguro.
—No sé… me estás liando.
—Además, ¿quién nos seguiría por un lugar con ese nombre? ¡Nadie en su sano juicio se metería allí, así que estará vacío!
—Suena lógico, pero…
El enano calló, y Timmy le dio unos golpecitos en el hombro.
Siempre había sentido fascinación por ese bosque. Llamaba a gritos a su “yo aventurero”. Y como su “yo racional” estaba ocupado preguntándose por qué le emocionaba tanto que el pelo de Lily oliese a fresas, no se le ocurría ningún argumento en contra.
—Venga, será divertido.
Bajo su barba, Ed esbozó una sonrisa.

* * * *

La posada estaba atestada.
Nada más cruzar la puerta, Yaren recorrió el local con la mirada. Estaba repleto de mesas ocupadas por grupos de lo más variopintos. Un enorme orco bebía cerveza de una tosca jarra de barro, mientras un hombre con túnica violeta y una larga barba plateada charlaba animadamente a su lado. Al fondo, una joven cubierta de sedosos paños rojos bailaba al son de la melodía de un caramillo tocado por un mediano. Y a la derecha, junto a la barra, cuatro tipos con hojas y ramas en sus ropajes jugaban a los dados.
—¿Qué maravilloso lugar es este? —murmuró Sim.
«Los gnomos son como los niños», pensó el joven humano, esbozando una sonrisa melancólica, «o lo serían, si los niños tuviesen problemas con el alcohol y el juego».
Desde que habían llegado a Wizard’s Valley, su diminuto acompañante no había dejado de maravillarse por todo, y Yaren había optado por ignorarlo cuando le sorprendió señalando una acequia con una mano temblorosa. Al fin y al cabo, él tenía sus propios motivos para sentir asombro. Nada en el pueblo se veía diferente a como lo recordaba, e incluso los ancianos parecían los mismos. Sin embargo, seguía sin saber a quién acudir.
Se acercaron a la barra y pidieron un par de jarras de cerveza.
—¿Crees que podré jugar un rato a los dados? —murmuró Sim con emoción contenida, sin apartar la vista de los tipos con restos de bosque en la ropa.
Yaren hizo un gesto de indiferencia y volvió a concentrarse en el ambiente de la posada, mientras el gnomo se alejaba de su lado en dirección a los desconocidos. Seguía preguntándose quién podría ayudarles. Durante el viaje, estaba seguro de que en Wizard’s Valley encontrarían algo, pero ahora que ya estaban allí, ni siquiera sabía hacia dónde mirar.
—¿Extranjeros? —dijo de pronto una voz junto a él.
—¿Disculpe?
Un hombre con un prominente bigote rojizo se había acodado en la barra justo a su lado, dirigiendo hacia su rostro unos ojos grises semiocultos tras unos hastiados párpados entrecerrados.
—Digo que si sois extranjeros, el gnomo y tú. Hace mucho que no tenemos visitas de desconocidos.
—Sí, estábamos… —comenzó, pero al instante se detuvo. No sabía muy bien qué decir—. Buscábamos a alguien.
El desconocido movió los labios bajo su bigote, dispuesto a seguir preguntando, pero antes de que pudiera hacerlo una mano del tamaño de una hogaza se posó sobre el hombro de Yaren.
—Tu amigo nos debe dinero.
El joven se volvió hacia su nuevo interlocutor, pero solo se encontró con un enorme pecho lleno de hojas secas y ramitas. Tuvo que mirar medio metro más arriba, donde se erguía un rostro redondo y congestionado.
—¿Cómo dices?
—El pequeñín —respondió, alzando la manaza con la que sujetaba a un Sim despeinado y cubierto de sudor—. Nos debe dinero. Dice que tú vas con él, así que paga.
—Oye, Garth —intervino el hombre del bigote pelirrojo, en tono conciliador—. Compórtate, son huéspedes.
—Archie, no te metas en esto.
—¿Y por qué no?
—¡Porque no es asunto tuyo!
—¿Y tú vas a decidir qué es asunto mío y qué no lo es?
—Te lo advierto, cretino…
El tal Archie compuso un gesto desafiante y se separó de la barra para encararse con el gigantesco hombre-bosque.
«Está loco» concluyó Yaren, con los ojos como platos y la mandíbula inferior colgando insensible bajo su piel.
—¿Cretino? Ni siquiera consentía ese comportamiento a mis superiores en la Torre.
—¡Venga ya! ¡La Torre tenía tres pisos más antes de que te echaran!
—¡Se acabó!
Sucedió demasiado rápido. Yaren no tuvo tiempo para deshacer su expresión de sorpresa antes de que Archie cogiera su jarra de cerveza y la estrellase contra el rostro de Garth.
Para cuando pudo reaccionar, el local había estallado en una marabunta de golpes, gritos y sillas volando.

* * * *

—Ed…
—¿Sí?
—¿Oyes algo?
—¿Algo como qué?
—No sé… una especie de… gruñido.
Los dos chicos guardaron silencio.
Timmy recorrió el bosque con sus pupilas. Las ramas de los árboles formaban una maraña sobre sus cabezas que impedía casi totalmente el paso de la luz del sol, por lo que bien podría ser de noche. Los troncos de los árboles estaban cubiertos por una corteza negruzca que los hacía parecer idénticos entre sí, lo cual hacía que el chico no se sintiera demasiado avergonzado de reconocer que estaban perdidos.
—No oigo nada —sentenció Ed, pero Timmy seguía sin estar convencido.
Repasó una vez más el entorno. Las raíces sobresalían de la tierra en ángulos extraños, deformando un suelo que parecía cubierto de polvo. A su espalda, un árbol clavaba en él sus ojos amarillos y exhibía unos afilados colmillos. Las enredaderas…
—Un momento…
Ed alzó la vista hacia su amigo.
—¿Qué ocurre?
—No sé, hay algo que no me encaja… —Se volvió hacia el árbol con cara, pero en esa ocasión solo vio una sonrisa y unos ojos menos amenazadores, aunque igual de amarillos. Al girarse hacia el enano, el gruñido volvió a sus oídos, pero en cuanto miró de nuevo al tronco, este desapareció, y se encontró con el mismo rictus despreocupado—. Ed, ¿podrías decirme si ese árbol con ojos y colmillos está gruñendo?
Su acompañante clavó sus pupilas en la corteza durante largos segundos de silencio antes de contestar.
—No, solo está sonriendo.
—Pues no me fío.
—¿Y por qué no le preguntas?
—Tiene razón. —Timmy se dirigió una vez más al árbol—. Perdona, ¿quieres comernos o algo así?
—¿Yo? —respondió el árbol, con expresión sorprendida—. ¡No! Soy vegetariano.
—¿Lo ves, Timmy? El árbol no nos quiere comer, solo… Un momento, ¿Ese árbol ha hablado?
—No —respondió el árbol, frunciendo el ceño.
—Ah, vale, pues sigamos… Un momento…

* * * *

La pelea se había descontrolado en cuestión de segundos. El tabernero, con una sartén en la mano, saltó la barra al grito de «¡nada de broncas en mi local!», mientras los ocupantes de las mesas se unían a la gresca al notar el más mínimo contacto.
Yaren miraba en todas las direcciones en busca de Sim. Había tenido que esquivar el puñetazo de uno de los bosques andantes, pero Archie se lanzó a por él antes de que pudiera atacar de nuevo.
—¡Yaren! ¡Ayuda!
El joven se giró sobre sus talones, en busca del hilo de voz que se abría paso entre los ruidos de los puñetazos y los muebles haciéndose añicos.
Al fin lo encontró, agazapado detrás del orco, que en ese momento luchaba por quitarse al mediano del caramillo de la espalda.
—¡Sim! ¿Estás bien? —exclamó mientras se arrodillaba junto a él.
—¡Yaren, menos mal! ¡Tenemos que salir de aquí!
La mano de otro tipo cubierto de vegetación aferró la capa del joven, que se volvió y asestó un puñetazo a su mandíbula. El hombre sonrió y balbuceó algo antes de desplomarse.
Antes de volver a agacharse a por su amigo, divisó la puerta de la posada, tras una desordenada maraña de brazos y piernas.
—¡Yaren, sácanos de aquí! —insistió el gnomo, al borde de las lágrimas.
—¡Tengo una idea, pero no te va a gustar!
—¡Da igual, haz lo que sea!
Tras meditarlo un instante, Yaren se encogió de hombros. Aferrando de los hombros a Sim, se irguió, tomó todo el impulso que le fue posible y lo lanzó en dirección a la entrada.
—¡Yareeeeeeen!
El golpe hizo retumbar las paredes, y el gnomo quedó un par de segundos aferrado al quicio de la puerta antes de deslizarse hasta el suelo.
«Se abre hacia dentro» se lamentó Yaren, demasiado tarde.

* * * *

—¡Reconócelo, Timmy! Nos hemos perdido.
—¡Está bien! ¡Tampoco es para tanto!
Ed puso los ojos en blanco.
—¿Qué tampoco es para tanto? —bramó en tono histérico—. ¡Míranos! ¡Apenas llevamos dos horas aquí dentro y parecemos mendigos! ¡Casi nos come un árbol! ¡Un árbol, Timmy!
—¡Vale, tranquilo! —gritó el chico, sujetando al enano por los hombros—. Tienes razón, debimos haber hecho caso a mamá, pero eso ahora no sirve. Tenemos que encontrar la forma de salir de aquí.
Su hermano adoptivo soltó un prolongado bufido. Su enfado se había multiplicado por la cantidad de veces que habían pasado por el mismo sitio. En cierto momento incluso volvieron a cruzarse con el árbol antropófago.
—Vale —suspiró Ed al fin, mirando a su alrededor. Al instante, su rostro se iluminó—. ¡Ya sé!
Tras una hilera de arbustos, había un pequeño claro donde las ramas permitían el paso de una mayor cantidad de luz. El enano aferró el brazo de Timmy y tiró de él hacia allí.
—¡Eh! ¿Qué haces?
—Tengo una idea. Desde aquí podemos orientarnos por el sol.
—¿Cómo?
—Mira allí. —Señaló hacia el hueco entre las ramas—. Solo tenemos que mirar fijamente al sol y ver hacia dónde se mueve. Así encontraremos el Oeste.
—Pero…
—¡No! ¡Tú ya has tenido tu oportunidad y has fallado! Ahora me ocupo yo.
—Está bien, tranquilo…
Cerca de media hora después, Timmy y Ed se miraron.
—¿Sabes, Ed? —comentó Timmy, sonriente y con los ojos inyectados en sangre—. No creo que exista una forma de expresar el dolor que siento ahora mismo.
—Bueno, yo lo explicaría más o menos como… ¡¡¡YAAAAAAARRGGGG!!!

* * * *

—¿Estás loco?
—Perdona…
—¡Me has tirado contra una puerta!
—Oye, fuiste tú quien te endeudaste en cinco minutos con los bosques andantes.
—¿Esa es tu excusa?
Yaren todavía no estaba seguro de cómo lograron salir de la posada, pero tampoco había tenido tiempo para pensar. Tras reanimar a Sim, se había pasado la siguiente media hora disculpándose, pero no parecía que sirviera de mucho.
Y ni siquiera habían conseguido ayuda.
—¿Estáis bien, chicos? —dijo una voz a sus espaldas.
—¡Tú! ¿Se puede saber qué pasa contigo?
Archie alzó las palmas de las manos en señal de calma.
—Tranquilo, ese Garth es un memo. Se merecía una lección.
Yaren se dispuso a contestar, pero se arrepintió en el último momento. Empezaba a pensar que aquel viaje había sido una pérdida de tiempo.
—Escuchad —insistió el desconocido—, me siento un poco mal por haberos metido en todo esto. ¿Qué tal si venís a mi casa? Cenaremos juntos y me contaréis qué os ha traído a Wizard’s Valley.
«Está loco», pensó Yaren una vez más.
—No, gracias. Nos alojaremos en la posada.
Archie soltó una sonora carcajada.
—¿Después de la que habéis organizado? ¡Buena suerte!
Yaren contuvo una maldición. No tenían otra alternativa.
—Está bien.

* * * *

—Tengo hambre.
Timmy contuvo un suspiro.
—Tengo hambre —insistió Ed.
—Ya te he oído la primera vez.
Ed gruñó algo ininteligible y siguió caminando en silencio, arrastrando los pies y dándose palmadas en los muslos. El chico lo miró con el ceño fruncido, pero su estómago comenzó a rugir.
El enano se giró a toda velocidad.
—¿Qué ha sido eso?
—Mis tripas… tenemos que cazar algo.
Los ojos de Ed se abrieron sorprendidos.
—¡Sabes que soy un enano pacífico! —gruñó, cruzándose de brazos en señal de indignación—. No me gusta hacer daño a nadie.
Pero Timmy no lo escuchaba.
—Mira ese ciervo —señaló tras una hilera de árboles, donde el esbelto animal pastaba sin hacer ningún ruido. Su silueta se recortaba contra un haz de luz, como si fuese una ensoñación causada por la inanición—. Seguro que está lleno de carne de la roja…
—Me apunto.
El chico esbozó media sonrisa. Si había algo que pudiera dar al traste con los impulsos no-violentos de su hermanastro, ese algo estaría en un plato, una cazuela o una bandeja.
Caminaron a hurtadillas tras los arbustos hasta rodear al ciervo, que seguía con la cabeza hundida en la vegetación. El enano ya esgrimía su hacha y se relamía a cada paso que daba.
—Este es el plan —comenzó el chico, en un tono apenas audible—. Nos acercamos sigilosamente y…
—¡MUERE, CIERVO, MUERE!
Ed echó a correr hacia el animal, enarbolando su hacha y esquivando árboles. Timmy reprimió una maldición y se incorporó.
El ciervo siguió pastando, como si fuera incapaz de oír al enano que saltaba sobre él, y en el último momento levantó ambas patas traseras y lo coceó con todas sus fuerzas.
«Mierda», pensó Timmy mientras Ed salía disparado en dirección a él, «¿Cómo era el hechizo del escudo que Archie me…».
Demasiado lento.
El enano se estrelló contra él y, antes de que los dos hermanastros se dieran cuenta, el suelo desapareció bajo sus cuerpos. Luego comenzó la caída.
«Un precipicio, qué curioso», pensó el chico, antes de gritar.

* * * *

La casa de Archie era casi una réplica de la Torre de Hechicería, solo que mucho más pequeña. El edificio, de planta circular, estaba coronado por un montón de buhardillas desiguales, y aunque desde fuera parecía un caos retorcido y atestado, por dentro… era peor. Las paredes estaban cubiertas por estanterías con libros y tarros repletos de sustancias de vivos colores, pergaminos de aspecto peligroso y huesos de criaturas de las que ni siquiera habían oído hablar. Y todo eso se mezclaba con mesas, sillas y demás objetos de uso cotidiano.
Archie los condujo a través del vestíbulo, y de pronto el joven notó la picazón del pudor en la nuca.
—Por cierto, no nos hemos presentado —señaló al gnomo con un vago gesto de su mano mientras entraban en el salón—. Yo soy Yaren, y este es mi amigo Sim.
—Encantados, yo soy Archival el Mago, y esta es mi esposa, Eve —señaló a la hermosa mujer de espesa melena rubia y dientes blancos y rectos que les esperaba en la estancia. Sin abrir la boca, el viajero se dijo que habría resultado muy atractiva, de no ser por aquella mirada que rezumaba severidad—. Y esta es mi hija, Lily. —Esta vez les saludó una joven de unos quince años, bastante parecida a Eve, que sonreía risueña mientras se acercaba dando saltitos envuelta en un caftán rosa chillón—. Estáis en “Héroes S.A.”, agencia de aventuras.
—¿”Héroes S.A.”? —preguntó Yaren, más para sí que para los demás, pero Archie contestó igualmente.
—Aceptamos aventuras por un módico precio. Rescatamos princesas, robamos tesoros a dragones, encontramos objetos mágicos…
Aquellas palabras hicieron que Sim saltara como movido por un resorte.
—¿Encontráis objetos mágicos? Yaren…
El joven hizo callar al gnomo con una dura mirada. Sin embargo, no pudo enmudecer sus pensamientos.
—¿Ocurre algo? —intervino Eve.
—Creo… —comenzó este, pero por un instante no supo cómo seguir. Tras unos momentos de duda, respiró hondo y comenzó de nuevo—. Creo que os estábamos buscando a vosotros.

* * * *

Aterrizaron tras lo que les pareció una eternidad de rocas, ramas y enredaderas.
Timmy, tras notar un sonoro crujido en su espalda, logró incorporarse. Frente a él, Ed miraba desconsolado los cuernos rotos de su casco.
—¿Se puede saber en qué estabas…? —comenzó, pero no tuvo energías para seguir.
Dejando que el aire escapara de sus pulmones con lentitud, se limitó a explorar el lugar al que habían caído.
El sonido del agua al correr acariciaba sus oídos. Bajo un cielo azul y soleado, se extendía un enorme valle repleto de hierba alta y flores con cuatro pétalos amarillos.
—Flores de pétalos amarillos… —murmuró Timmy—. ¡Ed! ¡Fíjate! ¡Hemos llegado!
El enano apartó la mirada de su casco y contempló el paisaje. Al instante, su barbudo rostro se iluminó.
—¡Lo conseguimos! ¡Qué gran viaje! ¿No ha sido fantástico, Timmy?
El chico alzó una ceja.
—Para volver daremos un rodeo.

* * * *

—El rey Zoron se esforzó por mantener la paz, pero los consejeros más poderosos no estaban de acuerdo —las explicaciones de Yaren se atascaban en su garganta, pero no podía parar—. Convocaron a sus vasallos en secreto, y se aliaron con el nigromante. Ahora el rey está moribundo, y la guerra es inevitable. Si no hubiera sido por Sim, ni siquiera habría podido escapar de la Ciudadela Dorada…
Enterró el rostro entre las manos y se esforzó por recuperar el resuello. El gnomo, tras unos segundos de duda, decidió retomar la historia.
—Hay una forma de destruir al nigromante. Se dice que existe un objeto, un orbe, que los Sabios Elfos custodian en algún lugar de los Primeros Reinos.
—El Orbe de los Guardianes —intervino Archie, acariciándose el bigote—. Leí sobre él en la biblioteca de la Torre. Se dice que quien lo controle tendrá la llave de todos los planos de existencia.
—El poder del nigromante viene de otro plano —explicó el gnomo—. Con el Orbe, será vulnerable.
El sonido de la puerta al abrirse interrumpió la conversación. Yaren se volvió para observar a un chico de la edad de Lily, alto, flacucho y con una desordenada mata de pelo castaño; y a un corpulento enano con un hacha cruzada a la espalda.
—¡Por todos los dioses! ¿Pero qué os ha pasado? —saltó Eve, levantándose de su asiento.
Los dos recién llegados estaban cubiertos de magulladuras. Llevaban la ropa hecha jirones y tan cubierta de hojas y ramas como la de los tipos de la posada.
—Tuvimos un pequeño contratiempo —se adelantó el chico, sacando del interior de su destrozada túnica un bote con flores amarillas.
—Estos dos son Timmy y Ed, mis otros dos hijos —comentó Archie, mirándolos desde su sitio—. Normalmente están más limpios.
—Espero que no haya contratiempos cuando vayamos a buscar el Orbe —añadió Eve, con el ceño fruncido.
—¿Orbe? —preguntó el enano—. ¿Qué Orbe?
—Os lo explicaremos más tarde.
No obstante, Timmy negó con la cabeza.
—¿Es que nos vamos de aventura? —titubeó, con el bote aferrado entre sus dedos como si temiera que escapase.
Archie se incorporó de su asiento.
—Eso me temo —comentó, desviando la mirada hacia el suelo y apretando de vez en cuando los labios—. Estos caballeros requieren nuestros servicios para encontrar un objeto mítico…
—¡Un momento! —se quejó Yaren—. ¡Ni siquiera os hemos pedido…!
—¡Han contratado nuestros servicios! —interrumpió el mago como si no hubiese oído nada, sustituyendo su mueca circunspecta por una sonrisa que retraía su bigote hasta los pómulos—. ¡Familia, será mejor que empecéis a hacer las maletas! ¡Nos vamos a tierras élficas!
—Pero…
—¡Por fin podré escuchar sus famosas baladas! —añadió Ed.
—¡Y yo por fin podré probar su pan dulce! —terció Lily.
—¡Y yo por fin podré tener una cita con…! —empezó Timmy, pero se detuvo a mitad de frase al notar los ojos de sus hermanos clavados en su rostro—. Con el destino… ¿Qué más da? ¡Vámonos!
Yaren trató de protestar una vez más, pero a mitad de intento se topó con la mano de Sim sobre su brazo.
—Creo que ya está decidido —comentó el gnomo, con un atisbo de risilla bajo su nariz afilada.
Una vez más, volvió a fijarse en Archie, celebrando con su mujer y sus hijos la existencia de una misión peligrosa e incierta, y de nuevo se sintió como el niño que era la primera vez que puso los pies en Wizard’s Valley.
«Está loco», volvió a pensar, aunque en esta ocasión no pudo contener la sonrisa.

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