domingo, 22 de febrero de 2015

Y vuelve a ser domingo


Pero estoy lúcido.

Soy un ejemplo perfecto de disipación, dando tumbos por mi cuarto mientras me recuerdo poseído por el espíritu de Henry Chinaski, de bar en bar sin saber muy bien lo que estaba buscando.

Y todo termina siempre aquí, como si estuviese atrapado en Las ruinas circulares, estrellándome contra cada recuerdo de una semana idéntica a la anterior y cerrando un círculo vacío. La imagen de la desidia como dogma inquebrantable. Una cuestión de fe.

Patético, ¿verdad?

Seco, abandonado y apático como una obra de Lorca, me refugio en una idea: hoy es el día de hacerse preguntas. Unos pensarán en qué han hecho ayer, y otros en qué van a hacer mañana, o en cómo se lo van a montar para sacar adelante a su familia. Agradecédselo a Keynes, descojonándose en su tumba mientras personas rebuscan en los contenedores, y jóvenes se plantean huir para no morirse del asco. Agradecédselo a todos los que defienden con fanatismo una dignidad nacional impostada, mientras los huesos de nuestros muertos todavía se pudren bajo cunetas; o al que se indigna si alguien le llama facha por llevar una banderita de españa en la muñeca, pero no cuando su padre es humillado en el trabajo por cualquier mercenario explotador.

Si yo soy hijo del sistema, no pienso abrazarlo como a un padre. Me arrastro al fondo de mi cuarto y me lamo las heridas, mientras pienso en quién soy yo. Me busco, me encuentro y me digo "una semana más", y luego me acuerdo de quien habló sobre un lienzo en blanco, una pistola y la cabeza del artista entre medias.

¿Trágico? Quizas. ¿Rendido? Nunca. Solo tengo que planear mi regreso a Ítaca, paso a paso, con más ojeras pero las mismas ganas. Nadie vendrá a buscarme. No hay ovillo que señale la salida, así que insisto. Me busco, me encuentro y me digo:

"Una semana más".

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