"Los lunes son el peor día de la semana.
Después de un domingo en el que te
dedicas a descansar del sábado, a comer con tu familia mientras ves en silencio
cómo tu abuela llena constantemente tu plato, o a lamentarte por lo que te
espera cuando pase la noche, la primera señal de que el lunes va a ser un día
horrible llega durante la noche del domingo, cuando eres incapaz de dormirte,
pero te obligas a ir a la cama, porque sabes de sobra todo lo que te espera al
día siguiente.
Y antes de que la luz del sol haga acto
de presencia en las calles, una sinfonía de despertadores invade la ciudad. A
veces pienso que cualquier transeúnte con buen oído, si lo deseara, podría
cerrar los ojos y dejarse guiar por los timbres, como si fuese un murciélago.
Pero no todo lo que suena un lunes por la
mañana son despertadores.
—¿Te quieres levantar de una vez? —Me suele
gritar mi padre todas las mañanas desde la puerta de mi habitación. Su
“amoroso” calificativo es síntoma de que ya he agotado el socorrido recurso de
los cinco minutos.
—Sí, papá —contesté yo esta mañana, como de
costumbre.
Hay quien tiene que lidiar —y lo hará
para el resto de su vida— con el acostumbrado ring ring del despertador tradicional, mientras que otros suelen
recurrir a la radio o a su canción favorita. La verdad es que esto último no te
lo recomiendo para nada, porque con el tiempo puedes llegar a odiar esa canción
que te saca de la cama una mañana tras otra. De todas formas, mi despertador,
al igual que lo es todavía para algunos de mis compañeros de facultad, es mi
padre. Estoy seguro de que mi cerebro es consciente de que a una hora tan
temprana mi cuerpo solo obedece a su voz, e ignora de forma deliberada el
sonido de la alarma del móvil. De hecho, siempre he pensado que el día que me
independice tendré que grabar la voz de mi padre llamándome vago y cosas así
para utilizarla como despertador.
A pesar de todo, hay algo tras el horror
del principio de semana, algo semejante a una especie de justicia macabra. Un
lunes por la mañana todos los malos pensamientos de cualquier parte se entrelazan
en un odio común.
Una
maravilla más del mundo desarrollado, suelo pensar a menudo.
Por horrible que me resulte tener que
resistirla, un lunes me parece una tortura equitativa, quizás la única que
existe. Semana a semana, desde el estudiante más perezoso hasta el obrero más
sacrificado, desde el conserje de la facultad hasta el presidente de la empresa
más puntera del país, tienen que apagar sus despertadores al mismo tiempo y,
movidos por un primitivo impulso, pensar mierda
de lunes."
Fragmento de "Diario de un dependiente".
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