lunes, 25 de junio de 2012

Esclavitud moderna. Parte I




Pepe fue un niño criado en tristes circunstancias, pues su madre lo abandonó varios años antes de que naciera. Su padre, taxista en una sombría y peligrosa metrópolis peninsular (Puebla de Villasitio, provincia de Soria), tuvo que hacerse cargo del niño a la vez que realizaba su trabajo. Era como una madre soltera, pero en padre.

A pesar del abandono materno de su hijo no nato, la familia se consolidó feliz y orgullosa, pues Pepe se convirtió desde la más tierna infancia en un prometedor estudiante. Veintiocho años y otras tantas hipotecas sobre el taxi después, Pepe ya había conseguido su título de primaria.

Con su flamante diploma entre las manos, Pepe decidió probar suerte fuera de las lides académicas, buscando un trabajo adecuado a su excelsa titulación. Llevaba el botijo a los albañiles en una construcción a las afueras de la ciudad. Media jornada. Sin asegurar. Doscientos eurazos brutos.

Meses después, con semejante dineral en el bolsillo y deseoso de independencia, Pepe se lanzó a la sucursal bancaria más próxima (literalmente, ya que atravesó de un salto el escaparate) para conseguir una hipoteca y poder adquirir una vivienda.

PEPE. — ¡Buenos días, señor banquero!

BANQUERO. — ¡Por Dios, que alguien llame a una ambulancia!

PEPE. —No se preocupe, estoy bien. Lo que en realidad necesito es una hipoteca.

BANQUERO. — ¡Pero está usted gravemente…! Un momento… ¿ha dicho una hipoteca? ¡Siéntese hombre! En primer lugar hablemos del aval.

PEPE. — Oh, sí, tengo un estupendo avalista. Una yorkshire preciosa… la llamo “Princesa”.

BANQUERO. — Y yo que me alegro mucho, pero ya no estamos en la era Aznar… ¡Oh, añorado paraíso crediticio! Cualquier idiota como usted podía hacerse rico simplemente viniendo al banco y diciendo "quiero dinero". Ahora, los susodichos muertos de hambre han dejado de pagar cuotas y estamos con el agua al cuello… Mismamente, pensamos interponer una demanda multimillonaria contra usted por lo del cristal. Alegaremos protesta con vandalismo o algo así.

PEPE. — Como debe ser. Me siento halagado de colaborar con una empresa seria.

BANQUERO. — Por supuesto. Volviendo a lo de la hipoteca… Si vuelve con alguien que nos deje en depósito unos… digamos trescientos mil eurillos de nada, le concederemos una hipoteca de doscientos mil eurazos. ¿Le parece?

PEPE. — Pero, si tuviera trescientos mil euros, podría comprar la casa directamente. Esto me da mala espina. ¿Son ustedes honrados?

BANQUERO. — ¡Pues claro!

PEPE. — Entonces vale, estaré aquí la semana que viene con el dinero.

Preguntándose cómo coño iba a conseguir los trescientos mil euros, Pepe salió del banco, eso sí, por la otra ventana. Una vez en la calle, pensó que solo había una solución posible. Tenía que hablar con su padre.

Continuará…

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