domingo, 15 de marzo de 2015

Empecé una novela

Hoy tengo una entrada atípica para lo que venía haciendo últimamente. La verdad es que por diversos motivos personales puede que baje el ritmo de actualizaciones (justo ahora que estaba en racha), y es que el bueno de (por motivos de privacidad omitiré su nombre y lo llamaré...) YO está un poco liado para mantener el ritmo, pero lo que sí puedo hacer es enseñaros esto:

Más o menos antes del último verano me vi bien de tiempo para darle caña a una novela, con la que llegué bastante lejos, pero que he tenido que dejar aparcada una vez más al empezar el curso (y otras cosas). Hoy tengo muchas ganas de retomarla, pero tampoco tengo tiempo, así que el motivo por el que hoy actualizo es doble: por un lado, te enseño el prólogo para ver qué te parece; por otro lado, me doy un aliciente para ponerme a ello esta misma tarde.

¿Todo listo? Pues que pases un buen domingo.


1.

Ya no hace sol.
Al otro lado de la ventana el cielo está cubierto de nubes blancas, de esas que a veces miras fijamente para buscar formas. En la calle el aire ya no corre tan caliente, como diciendo a quien se resista a aceptarlo que el verano ya ha terminado.
Llevo un par de horas encerrado en mi habitación, tumbado sobre la cama y repasando cada detalle con la mirada. Tengo la sensación de que todo sigue igual que antes, pero al mismo tiempo todo es distinto. Si lo piensas bien son cosas sin mucha importancia, como el trozo de unas sábanas que no recuerdo haber visto nunca y que asoma por un lado bajo el edredón, o un desconchón nuevo en el sitio en el que el pomo de la puerta del armario roza la pared… pero hacen que me sienta confuso, como si estuviera fuera de lugar o algo así.
Jaime me pidió que intentara escribir algo. Dijo que me serviría para aclarar mis ideas.
Y también me contó una historia.

—Imagina que estás en medio del océano, de pie sobre un montón de tierra tan pequeño que no cabe nadie más. Ves que el agua te rodea por completo, hasta más allá de donde te alcanza la vista. Notas cómo el oleaje te acaricia los pies, y cómo la resaca arrastra consigo tantos granos de arena como puede.
Luego hizo una pausa. A Jaime le gusta mucho hacer esas cosas. Creo que le hace sentirse como si fuera Lex Luthor a punto de explicar su plan para dominar el mundo o cualquier cosa por el estilo.
—No puedes dar un solo paso —siguió—. Si trataras de caminar, no tendrías nada sobre lo que apoyarte y te hundirías. Piensas en salir de allí nadando, pero sabes que no podrías hacerlo, que es demasiada distancia para ti —volvió a callar unos segundos, mirándome desde detrás de sus gafas de pasta negra—. Así que haces lo único que te queda por hacer: esperar. Mantienes la calma y esperas hasta que baje la marea, y ese pequeño montículo en el que antes no cabía nadie más crezca y se convierta en un lugar seguro del que puedas salir por tu propio pie.

Imagino que estoy en medio del océano, de pie sobre un montón de tierra tan pequeño que no cabe nadie más, y creo que entiendo lo que Jaime quería decir.
A veces hay momentos en los que simplemente no puedes hacer nada, porque si lo hicieras el suelo que pisas se desharía. Es una calma hueca, una envoltura frágil que puede romperse en cualquier momento.
Tal vez por eso intenté suicidarme.

1 comentario:

  1. Pinta bien, dale duro. Yo llevo años retrasando el momento de ponerme a ello también, a ver si me animo.

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