martes, 30 de diciembre de 2014

Suite para guitarra y orquesta en Mi bemol menor (fuga)


Hola, qué tal, soy lo que Keynes llamaría "un caso perdido".

Llevo un rato largo despierto, pero dedicándome a otros menesteres, aunque todavía se puede considerar que esta es una buena hora para una canción de "buenos días".

Siempre hay algún purista suelto pregonando que la buena música dejó de existir hacia mediados del siglo XIX, y siempre se me ocurre que sería una gran respuesta para ellos un sonoro "¡Pues ponte un puto disco de Yngwie!".

Ya hablé del virtuoso guitarrista sueco en otra ocasión (puede que en más de "otra", si me apuras), pero entre ayer y hoy me ha venido a la mente una anécdota que me dejó bastante marcado.

Fue en un concierto suyo hace ya unos siete u ocho años. Un Yngwie J. Malmsteen visiblemente entrado en carnes subió al escenario ante un público no excesivamente numeroso para el renombre que llevaba consigo el músico. Con una melena alborotada, empapado en sudor y embutido en una camisa con más volantes que tela, empezó a tocar Evil Eye.

El concierto se prolongaba en solos agónicos, con todas las texturas imaginables, llenando el escenario sin necesidad de engordar aún más, mimando a su mítica Stratocaster como si fuese a romperse en cualquier momento, a la vez que torturándola con sonidos imposibles en las manos de cualquier otro guitarrista.

Era jodidamente hermoso. Arte con todas las letras.

Pero tras la interpretación más impresionante que se me hubiera podido ocurrir de su Far beyond the Sun pasó algo. Puede que de pronto se acordara de que no era Bach, sino un metalero gordo tocando ante un montón de melenudos. El espíritu de Keith Moon se apoderó de él, obligándole a blandir la misma guitarra que instantes antes había acariciado como si fuese lo único en este mundo y, ante una audiencia entregada, hacerla migas contra el escenario. 

Aquel arrebato violento que dejó en el chasis una guitarra que en principio no podría pagarme ni aunque me metiese a camello fue, en cierto modo, una catarsis. Me imaginaba una y otra vez a Beethoven volviéndose loco y reventando el piano después de componer una sinfonía, y luego me acordaba de los puristas que alababan la música tildada con el genérico de "clásica" (que por lo visto vale para todo).

Y sin más explicación, aquí queda un tema que explica por sí solo la conmoción de aquel momento. El que quiera meditar que medite.

Buenos días.

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