Todavía huelo un poco a Madrid.
El viernes salimos a las 8:00 a.m. para que nos diese tiempo a ver todo lo que íbamos a ver (que era mucho, tal vez demasiado), y el bus decidió que lo mejor era ir por nacional en vez de por autopista (aunque luego se comiera el peaje igual).
La paletada por la capital (como bien dice una de las protagonistas de esta historia, a la que, por aquello de las alusiones a terceros y el anonimato, llamaremos Jello Biafra) estaba a punto de comenzar, y los ánimos caían desde antes de bajar del bus, cuando todos estábamos en pie con los abrigos y las mochilas encima, deseando que se abrieran las puertas por diversos motivos dependientes de una misma razón: bajar de ese puto infierno rodante.
La profesora encargada de la práctica (a la que llamaremos Teddy Bautista), harta de vernos pulular por ahí, gritó "¡Sentaos!", y se hizo el silencio. Yo, que todavía iba empanado, no me enteré de nada y grité "¿Cómo?".
Ese era el nivel.
Llegamos a la tumba de Goya con muy poco respeto por el finado, si os digo la verdad, imitando con menos vergüenza que criterio un acento maño que acababa derivando en versiones decimonónicas de Violadores del Verso (entre otras cosas).
Mientras pasaban los sitios por nuestros ojos (y nosotros por los propios sitios), Jello Biafra, yo y otra compañera a la que llamaremos Janis Joplin, acabamos formando una especie de núcleo antisocial, hasta las pelotas de la clase, Teddy Bautista y Madrid (por el contexto) a partes iguales.
Había otro compañero más sociable, al que podríamos llamar PSY (¿No te gustaba el K-Pop?), y que a lo largo de la mañana iba y venía según le fuera pillando entre foto y foto (la verdad es que sí que parecía un guiri el cabrón). Janis, Jello y yo empezábamos a dudar de su fidelidad al bloque antisistema, pero cuando llegó la pausa para comer (y tardó en llegar), nos guió lejos de la masa de seguidores de Teddy Bautista hasta el retiro, donde Janis sacó un par de LPs...
La pena es que nos dejásemos por el camino a Nick Holmes. Y encima era su cumpleaños.
En fin, que afectados como estábamos por la música de esa sucia hippie, el mundo se volvía raro por momentos, y empezábamos a no saber ni la velocidad que llevábamos.
Jello Biafra: ¿No vamos muy despacio?
Yo: No lo sé.
Janis Joplin: Nosotros vamos bien, el que va muy rápido es PSY.
En estas que llegamos a una cafetería frente al estanque, con una camarera muy maja y una buena B.S.O., que se volvió aún mejor cuando empezó a sonar Libertad sin ira, y Jello Biafra proclamó "¡eh, la canción de Miguel Ángel Blanco!".
Armados de café (que falta nos hacía), llegamos al palacio de cristal, donde alguien, no sé quién, estaba haciendo una performance, no sé cuál, y el buenrollismo de las bandas ambulantes que tocaban villancicos por todo el parque fue sustituido por un sonido que no sé si podríamos llamar música. Algo nos petó los pocos circuitos que nos quedaban sanos, entramos en contacto con el Maestro Constructor de Lego (poco después me coronaría divagando sobre si era el Maestro Constructor de Lego o el Maestro Constructor del Ego, porque entonces me pareció metafísico de la hostia), y entendimos el arte.
Se nos olvidó a los dos minutos.
El Museo del Prado ya fue el apoteosis. Llegamos en medio de otra performance muy distinta, que consistía en mantener la compostura y parecer normales (la jodíamos cada vez que abríamos la boca, eso sí), y volvimos a escindirnos del grupo en lo que tardamos en dejar los abrigos (igual es que Jello Biafra tenía razón e íbamos muy despacio).
Sin correa que nos sujetase, dimos rienda suelta a todo lo que teníamos dentro, con PSY dando por culo, Janis Joplin alabando la capacidad expresiva de Goya, Jello Biafra queriendo chupar Los Fusilamientos del Dos de Mayo, y yo dándome sustos porque la gente se había vuelto repentinamente sigilosa.
En cierto momento, me quedé fascinado con haber pillado WiFi cuando noté que Janis Joplin me estaba hablando.
Janis Joplin: ¿No nos encontraremos ahora con los de clase?
Yo: Estarán viendo lo de Goya.
Janis Joplin; Nosotros estamos viendo lo de Goya.
Yo (tras levantar la mirada del móvil): Ah...
El ambiente empezaba a resultar cargante. Necesitábamos que nos diera el aire como el comer (que también lo necesitábamos), así que fuimos hacia la salida. El problema es que El Prado tiene unas cuantas. Nos volvimos a separar de PSY, que se quedó embobado con alguna otra obra de por ahí, y tomamos las primeras escaleras que pillamos, siguiendo los cartelitos en la pared en los que ponía "salida". Y cuando llegamos...
Esta no es la salida del guardarropa.
Y vuelta a empezar. Las esculturas parecían todas iguales, llegábamos a salas en las que no había más salida que la puerta por la que acabábamos de entrar, y yo no podía hacer nada más que acelerar el paso y descojonarme.
Janis Joplin: ¿Pero de qué te ries?
Yo: Ah, ¿que a ti no te hace gracia?
Jello Biafra: Yo me quiero ir ya, ¿qué estamos haciendo?
Y por fin apareció PSY.
Nos enganchamos a una fila de japoneses y, aprovechando su rebufo, dimos con el mostrador de las audioguías y pudimos enfilar el pasillo para llegar al guardarropa, coger nuestras cosas y salir a la calle, donde el aire ya se llevó los restos más gordos de la caraja. Solo quedaba el viaje en bus, con la boca como una alpargata y sin apenas comida ni agua en las mochilas.
Menos mal que siempre hay un bar abierto cerca.
¿Y por qué el título de esta entrada es Sex on the farm? Eso queda en las conciencias de sus protagonistas, como lema perpetuo a un viernes que permanecerá siempre en nuestras memorias.
Aunque seguramente no nos volvamos a acordar de ello...
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