Hoy tengo una entrada atípica para lo que venía haciendo últimamente. La verdad es que por diversos motivos personales puede que baje el ritmo de actualizaciones (justo ahora que estaba en racha), y es que el bueno de (por motivos de privacidad omitiré su nombre y lo llamaré...) YO está un poco liado para mantener el ritmo, pero lo que sí puedo hacer es enseñaros esto:
Más o menos antes del último verano me vi bien de tiempo para darle caña a una novela, con la que llegué bastante lejos, pero que he tenido que dejar aparcada una vez más al empezar el curso (y otras cosas). Hoy tengo muchas ganas de retomarla, pero tampoco tengo tiempo, así que el motivo por el que hoy actualizo es doble: por un lado, te enseño el prólogo para ver qué te parece; por otro lado, me doy un aliciente para ponerme a ello esta misma tarde.
¿Todo listo? Pues que pases un buen domingo.
1.
Ya no hace sol.
Al otro lado de la ventana el
cielo está cubierto de nubes blancas, de esas que a veces miras fijamente para
buscar formas. En la calle el aire ya no corre tan caliente, como diciendo a
quien se resista a aceptarlo que el verano ya ha terminado.
Llevo un par de horas encerrado
en mi habitación, tumbado sobre la cama y repasando cada detalle con la mirada.
Tengo la sensación de que todo sigue igual que antes, pero al mismo tiempo todo
es distinto. Si lo piensas bien son cosas sin mucha importancia, como el trozo
de unas sábanas que no recuerdo haber visto nunca y que asoma por un lado bajo
el edredón, o un desconchón nuevo en el sitio en el que el pomo de la puerta
del armario roza la pared… pero hacen que me sienta confuso, como si estuviera
fuera de lugar o algo así.
Jaime me pidió que intentara
escribir algo. Dijo que me serviría para aclarar mis ideas.
Y también me contó una
historia.
—Imagina que estás en medio
del océano, de pie sobre un montón de tierra tan pequeño que no cabe nadie más.
Ves que el agua te rodea por completo, hasta más allá de donde te alcanza la
vista. Notas cómo el oleaje te acaricia los pies, y cómo la resaca arrastra
consigo tantos granos de arena como puede.
Luego hizo una pausa. A Jaime
le gusta mucho hacer esas cosas. Creo que le hace sentirse como si fuera Lex
Luthor a punto de explicar su plan para dominar el mundo o cualquier cosa por
el estilo.
—No puedes dar un solo paso
—siguió—. Si trataras de caminar, no tendrías nada sobre lo que apoyarte y te
hundirías. Piensas en salir de allí nadando, pero sabes que no podrías hacerlo,
que es demasiada distancia para ti —volvió a callar unos segundos, mirándome
desde detrás de sus gafas de pasta negra—. Así que haces lo único que te queda
por hacer: esperar. Mantienes la calma y esperas hasta que baje la marea, y ese
pequeño montículo en el que antes no cabía nadie más crezca y se convierta en
un lugar seguro del que puedas salir por tu propio pie.
Imagino que estoy en medio del
océano, de pie sobre un montón de tierra tan pequeño que no cabe nadie más, y
creo que entiendo lo que Jaime quería decir.
A veces hay momentos en los
que simplemente no puedes hacer nada, porque si lo hicieras el suelo que pisas
se desharía. Es una calma hueca, una envoltura frágil que puede romperse en
cualquier momento.
Tal vez por eso intenté
suicidarme.
Pinta bien, dale duro. Yo llevo años retrasando el momento de ponerme a ello también, a ver si me animo.
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