Si revisas el móvil y esta es la mejor foto que tienes de un concierto, mala señal...
La historia empieza hace unos meses, cuando un amigo me dice que vienen los Wailers a las fiestas de este año. En la misma ciudad cuyo alcalde diría unos meses después que es peligroso meterse en un ascensor con una mujer, el ayuntamiento incorpora en su programa de fiestas un concierto gratuito del mítico grupo que acompañó a Bob Marley en su andadura musical. Tócate los cojones. Aunque faltaran unos meses para la fecha señalada, mi amigo y yo nos abonamos al plan, y lo comentábamos cada vez que surgía la ocasión, incluso contando las horas para presenciar tan atípico espectáculo por estos lares.
Le tocó currar y se lo perdió.
Pero esta baja no me hundió la moral, sino al contrario. Yo, un blanquito sin rastas y con menos pinta de jamaicano que Angela Merkel, me reuní en la calle con otro colega como si estuviésemos en las calles del mismísimo Kingston, y este, con un aire muy poco rasta, me dice:
"¿Unas jarras antes?"
La verdad es que no nos robó mucho tiempo bebernos las cervezas, dar un paseo hasta el centro, aprovisionarnos con un par de litros y seguir hasta la música, aunque al parecer sí fue suficiente para perdernos una batería de canciones que iba desde "Get up, stand up" hasta el "Stir it up". Mientras caminábamos, nos decíamos que no habría mucha gente, que el reggae tampoco tenía tanto público aquí y todo eso, aunque nuestras palabras no evitaron que la plaza estuviese petada como nunca habría imaginado que lo estaría un miércoles por la noche.
Saludos de rigor a conocidos, buscar un buen sitio donde ver el panorama y acomodarnos un poco bastaron para hacer tiempo hasta que el "Could you be loved" invadiera la plaza. Los Wailers tal vez ya estaban en caliente y se entregaban, intercalando temas con breves speeches en un castellano un pelín trambólico.
Y entonces vino la primera bocanada a nuestras jetas.
Fue en el "Is this love". Las rodillas y los hombros empezaban a menearse solos en el típico baile que hace todo el mundo en un concierto de reggae, y el murmullo del "is this love, is this love that I'm feeling" recorría el público como un zumbido sordo. Tomamos aire para respirar al mismo tiempo, yo satisfecho por acariciar ese pedacito de historia musical aunque fuese de forma un tanto indirecta, mi colega no sé si por eso o porque necesita respirar para vivir. El caso es que ahí estaba.
Colocación perfecta.
En todos los sentidos.
Miramos a nuestro alrededor y nos vimos rodeados por un grupo de chimeneas andantes, expulsando humo de forma que siempre parecía pasar por nosotros dos antes de fundirse con el aire (que ya empezaba a estar un poco viciado). Tras el primer impacto y las risas, nos fuimos concentrando más en el concierto y en los litros; pero entonces llegó el "Buffalo Soldiers", y al primer "woy yoy yoy" supe que algo raro pasaba.
Un simple vistazo me indicó que mi colega iba por el estilo, y la prisa que se daba en beber me confirmaba que tenía la boca pastosa. Fumada por contagio. El ambiente espesaba, los ojos picaban y el tiempo pasaba con una lentitud placentera. En un momento dado, tras un "Jammin" en versión extendida con solo de bajo incluido, los Wailers hicieron la típica pausa pre bises, y así se lo hice saber a quien pasase por ahí y le diera por escucharme, solo porque me entraron ganas de decirlo en alto, y mi amigo que se nota la boca seca y yo mientras que me está dando un poco de dolor de cabeza y entonces sale Al Anderson y se pone a tocar la guitarra y a todo el público se le viene el mundo encima porque estamos ya medio cocidos y sabemos que nos quiere distraer mientras el resto del grupo se pone tibio. En estas que le digo a mi colega que anda que no molaría que aprovechasen que lo que está tocando Al se tira un aire y empezasen a cantar la de "siempre quise ir a L.A.", y mi amigo descojonado, que cómo van a hacer eso, y yo que ya sé que no pero anda que no molaría.
Y por fin, cuando todos nos estamos acordando de toda la linea ascendente del guitarrista hasta llegar a sus bisabuelos, reaparecen los Wailers y todo el mundo está entregado, porque Valladolid lleva dentro un pedacito del primer y más puro reggae. Levantamos las manos y coreamos lo que sea que está sonando, porque empezamos a estar tan ciegos que ni terminamos de reconocer los temas. Pero entonces llega el "Exodus".
Y se acabó.
Los Wailers se van tan rápido como nosotros habíamos llegado, y yo me empiezo a descojonar del primer amigo que me dijo que quería venir y le tocó currar, porque me da que no nos vamos a ver en una igual en nuestra vida. Además, empiezo a estar convencido de que si el concierto llega a ser en un espacio cerrado nos tienen que sacar de allí en camilla.
Apenas estuvimos allí una hora.
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